Sesión de aprendizaje mutuo basado en casos para el fortalecimiento psicosocial hacia la transición energética justa con enfoque de género en el corredor minero del Cesar

La minería ha sido una actividad que a lo largo del tiempo ha afectado diversas comunidades, pues la extracción de minerales, crea alteraciones en el medio ambiente y en la sociedad misma, situación que altera diversos ámbitos como el psicosocial, pues las personas dejan de hacer actividades que regularmente se hacían debido a la necesidad de subsistir bajo un entorno minero.

En ese orden, el corredor minero del Cesar no ha sido la excepción, pues se ha evidenciado que, la extracción de carbón afectó a la comunidad, a tal punto que se alteraron criterios psicosociales en diversas dimensiones como los criterios económicos, sociales y de sanación.

Pasado el lapso de alrededor de 25 años, las personas que habitan los diversos sectores del territorio del Cesar, se han visto afectadas por los cambios que corresponden a un camino que se dirige hacia la transición energética justa, en especial las mujeres quienes pasaron de realizar actividades agrícolas y de ámbito familiar, a actividades de desarrollo turístico como la hotelería y el desarrollo actividades de limpieza y manutención de sus hogares, siendo agraviadas en su ser, por lo cual, el contexto del corredor minero afectó el criterio de enfoque de género y creó la necesidad de que se trabaje el factor social con contextos potencializados en las mujeres afectadas.

En el sector de la Jagua de Ibirico se han identificado algunos casos que responden al camino de la transición energética justa, siendo que a pesar de las dificultades que se han presentado por el desarrollo de la actividad minera, se han logrado desarrollar aspectos familiares, económicos y de interrelación cultural que apuntan a un criterio de mejoría constante, siendo relevante el hecho de que se trabaje con criterios psicosociales.

Los días 17 y 18 de julio de 2025 realizamos un taller de aprendizaje mutuo que buscaba promover intercambios de experiencias y conocimientos, siendo que el enfoque psicosocial fue relevante para generar un valor agregado en los que participamos del mismo.

Los talleres se pudieron realizar, gracias a la colaboración del Instituto Wuppertal, así como la intervención del Centro de Estudios Para la Justicia Social Tierra Digna en conjunto del semillero de investigación en Transición Energética de la Universidad del Magdalena, y se realizó en el marco del proyecto “Regiones Innovadoras para una Transición Energética Justa” que es financiado por el gobierno federal alemán.

En los talleres realizados, se evidenciaron criterios que fueron más allá de los esperados, se determinaron factores esenciales como el trabajo en equipo, la colaboración entre diversos sectores y se visibilizaron diversas problemáticas que deben ser atendidas, para ello, se logró que se tuvieran en cuenta las diversas perspectivas que se tenían por parte de diversas entidades, siendo que se logró la participación de: i) funcionarios gubernamentales, ii) representantes de organizaciones locales, iii) investigadores del sector educativo, iv) sociedades civiles que apoyan los procesos y v) representantes de las comunidades afectadas. 

El 17 de julio, en el corazón del corredor minero del Cesar, se tejió un ejercicio colectivo de memoria y reflexión: una línea de tiempo participativa que reunió a comunidades, instituciones, academia y organizaciones sociales. No fue un encuentro cualquiera, sino un espacio para detenerse a mirar de frente las huellas que la minería ha dejado en el territorio: las sociales, las económicas y, sobre todo, las emocionales. Desde una mirada de género, las voces se entrelazaron para contar cómo el establecimiento, la operación y el cierre de las minas de carbón marcaron cuerpos, familias y proyectos de vida. Pero también emergieron relatos de resiliencia, aprendizajes y estrategias de empoderamiento que hoy iluminan el camino hacia una transición energética justa. Entre recuerdos duros y semillas de esperanza, la jornada permitió comprender que el carbón no solo transformó la tierra, sino también la manera en que las comunidades resisten, sanan y se reinventan.

El pasado de la minería en el corredor del Cesar se recuerda de manera distinta según el lugar desde donde se hable. Para las comunidades directamente afectadas de La Jagua de Ibirico, La Loma y otros casos del corredor minero, el boom minero fue primero un espejismo de progreso y después un escenario de pérdida. La gente dejó el campo para ir a la mina, los jóvenes abandonaron la escuela convencidos de que allí estaba el futuro, y muchas familias vendieron sus tierras bajo presión o en condiciones desventajosas y forzadas por el conflicto armado. Las mujeres cargaron con la exclusión laboral y la sobrecarga en los hogares, al mismo tiempo que enfrentaban nuevas violencias sexuales y de género. Lo que en apariencia era bonanza terminó siendo enfermedad, desarraigo y silencio.

La población indirectamente afectada —gobierno, academia, ONG, sector privado— vivió otra cara del auge. Evidenciaron que negocios florecieron gracias al movimiento de trabajadores y al dinero que circulaba en los pueblos; los buses iban llenos, las cantinas no cerraban y el comercio parecía inagotable. Sin embargo, esta prosperidad resultó frágil: cuando bajaba la producción, caían las ventas y el transporte quedaba paralizado. La dependencia absoluta de la minería convertía a estos sectores en espectadores de una montaña rusa económica que nunca estuvo en sus manos controlar.

La academia, las ONG y las instituciones describen el pasado con un lente más estructural porque señalan que la minería no solo transformó la economía, sino también la identidad campesina y étnica, desató nuevas violencias como el trabajo infantil, la trata de personas y las masacres laborales, y promovió un modelo extractivista que sustituyó la vocación agrícola por una dependencia total del carbón.

Hoy, tras el cierre abrupto de las minas, las comunidades directamente afectadas hablan de un vacío profundo. El desempleo masivo golpeó a familias enteras, los jóvenes crecieron sin horizonte y se dispararon problemas de salud mental como suicidios y adicciones. Frente a esto, las mujeres se han convertido en protagonistas de la resistencia porque lideran asociaciones, emprenden con ahorros comunitarios, cultivan cacao y café, y sostienen con creatividad la vida comunitaria.

Para quienes fueron indirectamente afectados, la crisis se traduce en comercios cerrados y oficios que desaparecieron con la mina. Algunos buscan reinventarse con turismo comunitario, ferias locales o pequeños servicios, pero la sensación general es de abandono y de haber sido arrastrados por una dinámica que nunca controlaron.

Desde las instituciones y la academia, en cambio, el presente se lee en clave política y jurídica ya que se discuten normativas, se presentan litigios en instancias internacionales, se habla de transición energética justa y se diseñan propuestas de reconversión productiva y laboral. Este discurso contrasta con las narraciones cotidianas de las comunidades, centradas en el duelo, la sobrevivencia y la reinvención a pequeña escala.

En lo que sí coinciden las dos voces es en reconocer que el cierre dejó un vacío inmenso, que la salud mental se ha convertido en un reto urgente y que las mujeres son hoy el eje de las estrategias de reorganización comunitaria. Pero difieren en los énfasis, mientras las comunidades narran su dolor y su resistencia cotidiana, los sectores externos hablan de políticas, leyes y agendas internacionales. Y en medio de esos relatos distintos, el corredor minero del Cesar sigue siendo un territorio de sacrificio donde se cruzan heridas del pasado y luchas del presente, pero también donde germinan semillas de esperanza en cada acto de cuidado, en cada emprendimiento comunitario y en cada decisión de no rendirse.

Por otra parte, el 18 de julio se realizó el taller iniciando con una bienvenida espiritual y de sanación, implicando aromaterapia, compartiéndose la dificultad diaria con la que se viven las diversas realidades de las personas. Se entregaron dulces de diversos sabores como ácidos, salados y dulces, representando las dificultades que involucran en la vida las diferentes vivencias, implicando la confrontación de las diversas cuestiones que se escapan del control humano, siendo relevante el poder seguir adelante a pesar de lo amargo o salado que exista en la vida.

Asimismo, se intercambiaron opciones para la mejoría de las condiciones actuales, cuestiones que fueron formuladas por las diversas organizaciones que participaron, se escuchó interpretación de un potencial cambio a través de la academia respecto a criterios de producción a través del manejo de semillas, se logró una gran congruencia entre los diversos actores, se respetó el uso de la palabra y se plantearon diversas formas para diversificar los casos planteados.

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